sábado, 15 de abril de 2017

Institucionalidad de la Cultura



Reflexiones y provocaciones sobre el estado de la administración cultural en Bolivia.


Hay hitos que marcan el progreso o retroceso de una cultura, estos están definidos por la ética y el modus operandi de quienes viven determinado momento histórico. En estos momentos son útiles las preguntas, la duda, la reflexión, y en ese sentido nos animo a preguntarnos y respondernos: ¿Cuáles son las prácticas y valores de nuestras instituciones culturales, sus directores, presidentes?, ¿qué rol histórico tienen la sociedad civil, el público, los artistas y cultores?, ¿qué podemos hacer para evitar el menoscabo de los trabajadores de la cultura?

Considero que la gestión cultural es un modo de cuidar y activar el potencial de lo que somos y tenemos como sociedad, y para hacerlo es importante registrar los momentos históricos que han propiciado el progreso de la sociedad y sus instituciones, sus actores principales y sus dinámicas internas; luego visibilizar estos procesos, para aprender y seguir avanzando. Así mismo la gestión cultural es multidimensional y multidisciplinaria por excelencia, y se requiere una interacción diaria con el entorno donde se la ejerce, para tomar decisiones desde la ética y la creatividad.

En la gestión y administración cultural adentro y afuera de las instituciones es imprescindible la disidencia, ya que posibilita la constante autocrítica y autoconciencia del modus operandi de las instituciones y de la dinámica sociocultural en sí; la disidencia permite un constante diagnóstico del corpus cultural. Para esto sirven las preguntas, la duda, la “re-flexión” de afirmaciones, negaciones o polarizaciones respecto a determinados temas que preocupan a muchos y que no terminan de salir a la luz.

Se observa un momento de quiebre en la administración cultural del país, a nivel público hemos pasado a la politización de la cultura, y a nivel privado persiste la indiferencia y el silencio ante los diversos despidos y exigencias de renuncia a los trabajadores de la cultura que suelen ser disidentes en el interior de la institución o tener coraje para manifestar sus criterios y evidenciar el modus operandi de sus directores y/o presidentes, asumiendo las consecuencias de desmedro por parte de quien detenta el poder en la “biósfera cultural”.

Parece ser que el quiebre de la administración cultural radica principalmente en la ausencia de normas básicas que respalden la labor del trabajador de la cultura, adentro o afuera de una institución, entonces cada quien (instituciones y administradores) hace lo que consideran pertinente ante la inexistencia de la figura “trabajador cultural” en la ley del trabajo, y como hay intolerancia al que piensa diferente, se empieza a administrar desde el amedrentamiento, la desarticulación de un equipo que otra gestión deja, el despido  con motivo recurrente de “reestructuración de organigrama” desde que se ingresó al cargo, y finalmente se concurre en la organización de reuniones de café o escritorio para menoscabar la trayectoria de quienes causaron molestias a la institución desde las redes o desde adentro de la misma institución.


Finalmente se deja ver la falta de idoneidad, actualización y contextualización de las personas que dirigen las instituciones culturales, y encima la palabra cultura se vuelve tramposa al no haber un marco jurídico-institucional que respalde a los trabajadores de la cultura en un país que se jacta de su plurinacionalidad y diversidad cultural.